Una lectura a “Tridente” de Tomás Harris
“¡Te necesitamos, Edipo, amor mío!
¡Sálvanos al menos de esta turbia transparencia!”
Tomás Harris nos presenta uno de los libros más interesantes de los últimos años, una poesía que no gana sino por su total fracaso. Una serie de arquetipos literarios son puestos en escena en contrapunto con las mil y una citas de la cultura pop, el cine, la pintura y el paisaje urbano en una época que irónicamente pretende ser futurista, y que no es más que el reflejo de una radiactiva contemporaneidad.
La poética de Harris pierde el control de sus citas invitando más al desarrollo de una prosa en verso, de una épica forzada a la cadencia del verso libre, y que como la “Araucana” busca a través de ese mismo límite relatar el descubrimiento de un mundo nuevo, de una selva cada vez más amenazante. En este mar sin orillas se entrecruzan como una serie de hipervínculos personajes como Edipo de Sófocles, Aurelia de Gerard de Nerval, los paisajes parisienses de Charles Baudelaire, las películas de David Lynch, la ciencia-ficción de Phillip Dick, la caída de las utopías y la presencia de un imperio invisible que reina a través de la angustia y el terror sobre el mundo. Su fracaso está en su total desarmonía, en su total incapacidad poética, en la construcción de un gran guión que triunfa desde fuera del texto.
En este paisaje de Blade Runner, Edipo, símbolo del poeta, es el ciego expulsado de la polis que cumple con su destino de asesino del padre, Rey y fundamento del espíritu cívico, y conductor del suicidio de su propia madre, la que le ha dado las dos hijas que lo acompañan en su destierro. Historia del arte contemporáneo, de una videncia que ante la crisis de la gran Esfinge (el pensamiento de la duda metódica, de la Razón) alcanza en versos de Jean Paul a mencionar el definitivo “¡Dios ha muerto!”, el consecuente parricidio, la apertura del abismo, los gritos de la Santa. La traición de la vida misma en este terrible desengaño lleva a la autoeliminación, la expulsión, el eterno errar con las hijas prostitutas, que como las palabras en este tiempo de miseria, se acuestan con cualquiera en la impersonalidad del discurso del convencimiento, tan practicado por los medios de comunicación, la política de masas y la publicidad.
La conexión con Nerval por tanto no es gratuita; la búsqueda –quizás menos tormentosa- de Harris es la misma que la del príncipe de Aquitania, que la de ese atormentado poeta francés del siglo XIX en su odisea metafísica. Esta exploración al fondo de la noche es la escritura del nombre definitivo: Aurelia. Ella, como la poesía, escapa al decir del poeta; “Tridente” es por tanto la total desesperanza del poeta, la relación epistolar de este con la Beatricce de un mundo agobiado: cartas antes de la muerte. Vaticinio de un mito que se sabe postergado, que no soporta tanto absurdo, tanta lucha perdida contra la corte de Tebas, y que clama por un nuevo Shakespeare, un Cioran o un Dostoiveisky que restablezca el dialogo entre el aedo –el ciudadano del recuerdo- y los androides hombres-hormiga que empantanan el río de la voluntad.
Este amor pasional de distancias resiste a un mundo donde “nada es ebrio ni religioso”, donde los enemigos son las “sectas literarias” o las religiones ciegas, primitivas, que no dan respuesta a tanto abismo, a tanta anti-ética, a tanta antropofagia. El amor aquí como en Baudelaire y como la teorización hecha de este por Walter Benjamín se tranza en miradas, en últimas vistas, en una urbe habitada por viudos donde los poetas se echan a morir (Omar Cáceres QEPD).
La maquinaria del antideseo es la que gobierna este Todo del cual nadie escapa. Las relaciones humanas desaparecen en el horizonte sórdido de concreto, y en el cual el mandamiento obligatorio es “vigilar por vigilar”. Los individuos se convierten en despojados cuadros de Hopper, donde no hay casa de buena piedra y donde cada uno se conforma con un espejo convexo o un holograma para sobrepasar tanta soledad. Al contrario de Píndaro aquí se canta lo repugnante por la misma repugnancia que ofrece el mundo. Sin embargo, ante tal desolación queda la desatada intimidad, un diálogo de cuerpos, el encuentro con otro.
En indefinidas cuentas “Tridente” es una sonda al Santiago y al Planeta Tierra de este siglo XXI, un poema a la vez lanzado hacia el futuro y hacia la misma boca del poeta. Metepoética desarrollada en un tiempo de anarcas como en Eusmewil de Ernst Jünger, pero confecionalista, lírica y dolida como una Safo, un Lihn o un Berryman. Contra-épica para una época sin héroes ni anti-héroes, para seres humanos cansados de luchar, de decir o silbar en el bosque de esta Noche.
1 comentario:
que bueno que alguien hable de tridente. es un hallazgo feliz (aunque la frase sea mamona y muuuuuy poco feliz. debe ser el alcohol)
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